Desde la Prehistoria hasta hoy día, los números nos han servido para entender mejor el mundo, actuando sobre nuestra realidad y modificándola. Así, el hombre ha buscado la manera de contar y plasmar lo contado, utilizándolos. En sus inicios fueron usados para, por ejemplo, conocer los bienes que se poseían o para distinguir los ciclos de la naturaleza. Pero con el tiempo, les hemos descubierto múltiples funcionalidades a esta convención humana.
En el ámbito que nos toca, los psicólogos nos hemos servido de ellos para, entre otras cosas, medir lo que antes se nos antojaba subjetivo y falto de rigor. Y descubrimos que la inteligencia, como cualquier otro objeto de estudio, era mensurable, así como su cuantificación en forma de Cociente Intelectual (C.I). Este conocimiento, en la práctica psicopedagógica diaria, nos permite saber cuál es el punto de partida para comenzar a trabajar. Para comenzar a cambiar cosas a positivo, en la realidad cotidiana de las familias que tienen algún miembro con altas capacidades intelectuales.
La búsqueda del «número mágico», el número que nos revela cuánta inteligencia poseemos, a muchos les provoca curiosidad, intriga; otros, no quieren saber, argumentan que de poco sirve, y/o desconfían de la necesidad de conocerlo o, incluso, de los métodos de medición.
Considero que todos nos hemos preguntado, alguna vez, si tendremos mayor o menor capacidad de razonamiento; si seremos buenos para ésta o aquella tarea; si alguna vez conseguiremos entender las matemáticas o el análisis sintáctico de una oración… Sólo hay que darse una vuelta por el gran mundo de Internet para comprobar, estupefacto, la cantidad de tests (sin ningún rigor científico) que circulan de correo en correo, de página en página, de persona en persona. El hombre es curioso y la inteligencia que poseemos y su grado, no escapa a nuestro interés.
¿Y qué ocurre cuándo nos decidimos a que un/a profesional evalúe nuestra inteligencia o la de nuestros hijos? ¿Cómo actuamos ante nuestro «número mágico»? Por mi experiencia, compruebo que no hay una única manera de enfocar esta situación: hay personas que se sorprenden positivamente y se enfrentan a una reconsideración social de su inteligencia, habiendo sido tradicionalmente considerados como más limitados; y hay, hasta quien se muestra frustrado porque su CI no arroja el resultado esperado.
Mi recomendación es conocerlo, darle el valor justo que merece (la virtud está en el justo medio, decían los clásicos), sin magnificarlo ni empequeñecerlo. No debe modificar nuestra forma de evaluarnos, ni de juzgarnos, ni de relacionarnos con nuestros hijos. Sino más bien, conocerlo nos debe servir para cambiar aquello que no funciona o para potenciar lo positivo que tenemos. No somos más ni menos por tener un determinado CI.
Recordad que el «número mágico» está ahí para ser USADO por nosotros, como herramienta de cambio favorable. Utilizadlo, pero que quede claro quién está al servicio de quién.
Un cordial saludo.
Gloria Pavón Basurte.
Psicóloga del Centro Psicopedagógico AS.