Escrito por Juan Carlos López Garzón, presidente de Sin Límites.
Tradicionalmente se ha reconocido como superdotada a aquella persona que obtenía, en los tests de inteligencia, una puntuación igual a superior a un valor, que se denomina Cociente (o Coeficiente) Intelectual (abreviadamente CI). No ha existido consenso entre los expertos que defienden los modelos más tradicionales de superdotación acerca del valor del CI a partir del cual se considera a un sujeto como superdotado (sea niño o adulto). Hay una opinión mayoritaria que apuntan al valor CI=130 como punto de corte, tal y como ha sido definido por la Organización Mundial de la Salud. Hay quien eleva el listón al CI=140, y hay finalmente otros que lo bajan al CI=120 o incluso al CI=116, siempre que se den determinadas circunstancias.
Sin embargo, esta concepción de la superdotación basada en el CI ha quedado obsoleta desde el punto de vista de las teorías más actuales sobre la naturaleza de la inteligencia humana, y precisa una redefinición mucho más exacta.
En efecto, y en palabras de Tourón, Peralta y Repáraz (1998) «la idea de la superdotación como un rasgo simple, innato, no cambiante, ha sido eclipsada por una noción multidimensional y sujeta a un desarrollo y cambio. El foco de atención se ha desplazado, según Treffinger y Feldhusen (1996), a las aptitudes específicas y las capacidades que surgen en áreas particulares del talento. Es mucho más valioso y útil reconocer los puntos fuertes de un talento específico (manifiesto o emergente), que simplemente afirmar que un niño es un superdotado«.
Las nuevas teorías multidimensionales que intentan explicar la naturaleza de la inteligencia humana cuestionan la interpretación que hasta la fecha se había hecho de los resultados que arrojaban los tests de inteligencia, de manera que, desde esta nueva y más elaborada perspectiva, se pueden resumir a grosso modo, las siguientes conclusiones:
– Los tests tradicionales de inteligencia no miden todas las capacidades intelectuales de una persona, sino que realizan un mínimo muestreo de unas pocas habilidades, generalmente asociadas al razonamiento deductivo, o a capacidades de tipo lingüístico, matemático o espacial relacionadas con el trabajo académico. Es más, entre las diferentes pruebas psicométricas existen notables diferencias. No evalúa las mismas capacidades un test de factor G como las escalas de Cattell o el test de Raven (que exploran la capacidad de razonar deductivamente con elementos simbólicos de tipo figurativo o gráfico), que por ejemplo el WISC-R, en el que el peso en la evaluación de la capacidad verbal, o la gestión de la memoria es equiparable o incluso mayor a la evaluación del razonamiento lógico; y por supuesto, se diferenciará también del resultado que se obtenga al aplicar una batería de aptitudes diferenciales, donde se evalúan un número superior de habilidades, cada una de ellas con un peso específico equivalente. Los resultados de cada prueba se pueden plasmar en el famoso CI. Sin embargo, este CI puede ser distinto (incluso extraordinariamente distinto) según la prueba que se aplique. De aquí que se concluya que un sujeto que consigue en un test de inteligencia con un resultado de CI=130 o superior ha demostrado que tiene un nivel alto en determinadas capacidades intelectuales. Será una persona con altas capacidades intelectuales. Sin embargo, será preciso conocer, además del CI, qué tipo de prueba se ha aplicado, para identificar adecuadamente qué tipo de aptitudes intelectuales son las que han puntuado a nivel alto.
– El CI es un valor que se obtiene al dividir la edad mental obtenida en un test, por la edad cronológica del sujeto que ha pasado la prueba. La estructura de este valor permite utilizarlo pues, en la etapa de desarrollo intelectual más variable de un ser humano, como es la infancia. Pero una vez que la estructura intelectual se estabiliza adoptando la configuración definitiva del adulto, su utilización carece de sentido, siendo preciso optar por otras medidas que permitan contrastar los resultados del individuo con la norma de la población a la que pertenece. Su empleo resulta, pues, bastante útil para detectar en los niños desarrollos intelectuales precoces.
– Con las actuales pruebas psicométricas, basadas en teorías menos pluridimensionales, sólo se puede apuntar que las personas que han obtenido CIs altos o muy altos tienen un manifiesto o emergente talento en determinadas aptitudes intelectuales. No tendríamos capacidad para identificar a un superdotado, tal y como viene definido por los modelos más recientes de superdotación. Así, un resultado muy alto en una prueba de factor G, apuntan a un determinado talento lógico, mientras que el mismo resultado en las escalas Weschler pueden estar detectando excepcionalidad intelectual superior en el ámbito lingüístico o incluso académico.
– En más de una ocasión, los perfiles amplios y más regulares de habilidades intelectuales superiores a la media, propios de un superdotado, no corresponden a un CI=130 o superior, sino que pueden descender hasta el CI=116. Y sin embargo, estas personas tienen una mayor capacidad de elaborar procesos cognitivos más complejos que los perfiles de talentos académicos. Por tanto, adoptar como punto de corte un valor de CI=130 con pruebas de perfil tradicional puede dejar sin identificar a alumnos de gran potencial intelectual.
– Los resultados de CI=130 o superior en niños, hasta que llegan a su adolescencia, sólo demuestran la existencia de altas capacidades en el momento de la realización de la prueba, lo que indica un desarrollo precoz en determinadas aptitudes intelectuales. Sin embargo, será arriesgado extrapolar el resultado, a la evolución posterior del niño, sobre todo si es muy pequeño. Por este motivo, resulta más propio hablar de niños con altas capacidades que de niños «superdotados». La superdotación es una característica estable propia de la inteligencia adulta, mientras que en los niños se conforman como un proyecto por desarrollar, una promesa de productividad adulta. Los niños con altas capacidades son personas precoces con un potencial por desarrollar, que necesitarán ayudas para hacer efectivas sus capacidades (Touron, 2005).
– Las altas capacidades intelectuales, y en particular la superdotación y los distintos tipos de talento no son una cuestión de ser o no ser. No se puede caer en la trampa de identificar como superdotado a una persona por obtener un CI=130, y decir que no es superdotada una persona con un CI=129. La excepcionalidad intelectual superior, en palabras del profesor Turón (2005) es «una cuestión de grado». Y precisamente por este hecho, la respuesta educativa para este tipo de alumnos debe procurar adaptarse a esta circunstancia.
Resumiendo en una frase: una persona (niño o adulto) con un CI=130 dispone de altas capacidades intelectuales, aunque no se puede asegurar con las pruebas tradicionales que el perfil de esa persona se equipare al de un superdotado en el sentido estricto del término.
Más información:
CASTELLO, A., MARTÍNEZ, M. (1999): «Alumnat excepcionalment dotat intel·lectualment». Generalitat de Catalunya.
TOURÓN, J., PERALTA, F., REPÁRAZ, Ch. (1998): «La superdotación intelectual: modelos, identificación y estrategias educativas.» EUNSA. Pamplona.
TOURÓN (2005): I Jornadas de estudio para padres «El desarrollo del talento: un reto para el siglo XXI». Conferencia inaugural.